Audiencia del Papa a una delegación del B’nai B’rith International
Organización judía internacional de acción social
CIUDAD DEL VATICANO, jueves 12 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa Benedicto XVI dirigió hoy a una delegación de la B’nai B’rith International, asociación judía mundial de acción social, en la Sala de los Papas del Palacio Apostólico.
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Queridos amigos,
Me es grato saludar a esta delegación de B’nai B’rith International. Recuerdo con agrado mi primer encuentro con una delegación de vuestra organización hace alrededor de cinco años.
En esta ocasión deseo expresar mi aprecio por vuestra implicación en el diálogo entre judíos y católicos y particularmente por vuestra activa participación en el encuentro del International Catholic-Jewish Liaison Committee, celebrado en París a finales de febrero. Este encuentro marcó el cuadragésimo aniversario del diálogo, y fue organizado conjuntamente por la Comisión de la Santa Sede para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo y el Comité Judío Internacional sobre Consultas Interreligiosas. Lo que ha sucedido en estos cuarenta años debe ser visto como un gran don del Señor y como una razón de honda gratitud hacia Aquel que guía nuestros pasos con su sabiduría infinita y eterna.
El encuentro de París afirmó el deseo de católicos y judíos de salir juntos al encuentro de los inmensos desafíos que afrontan nuestras comunidades en un mundo rápidamente cambiante y, de forma significativa, nuestro deber religioso compartido de combatir la pobreza, la injusticia, la discriminación y la negación de derechos humanos universales. Hay muchas formas en las que judíos y cristianos pueden cooperar para mejorar el mundo de acuerdo con la voluntad del Todopoderoso por el bien de la humanidad. Nuestros pensamientos se dirigen inmediatamente a obras concretas de caridad y servicio a los pobres y necesitados; sin embargo una de las cosas más importantes que podemos hacer juntos es la de dar testimonio común de nuestra profunda creencia de que todo hombre y toda mujer es creado a la imagen divina (cf. Gen 1,26-27) y por ello posee una dignidad inviolable. Esta convicción sigue siendo la base más segura de todo esfuerzo por defender y promover los derechos inalienables de cada ser humano.
En una reciente conversación entre delegaciones del Gran Rabinato de Israel y la Comisión de la Santa Sede para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo, celebrado en Jerusalén a finales de marzo, se hizo hincapié en la necesidad de promover una profunda comprensión del papel de la religión en nuestras sociedades actuales como un correctivo hacia una visión de la persona humana y de la coexistencia social puramente horizontal y, en consecuencia, truncada. La vida y la obra de todos los creyentes debería ofrecer un testimonio constante de lo trascendente, apuntar a las realidades invisibles que están por encima de nosotros, y encarnar la convicción de que una Providencia amorosa y compasiva guía el resultado final de la historia, no importa cuán difícil y amenazador pueda parecer a veces el viaje durante el camino. A través del profeta, tenemos esta seguridad: “Porque yo conozco muy bien los planes que tengo proyectados sobre vosotros –oráculo del Señor–: son planes de prosperidad y no de desgracia, para aseguraros un porvenir y una esperanza» (Jer 29,11).
Con estos sentimientos invoco sobre vosotros y sobre vuestras familias las bendiciones divinas de la sabiduría, la misericordia y la paz.