DISCURSO DEL PAPA A LOS REPRESENTANTES DE LA COMUNIDAD DE BRASIL
Sao Paulo, 3 de julio 1980
Mucho me alegro de poder saludar, en Vds, a los representantes de la comunidad israelita de Brasil, tan viva y operante en Sao Paulo, en Río de Janeiro y en otras ciudades. Y les agradezco de corazón su gran amabilidad al querer encontrarse conmigo con ocasión de este viaje apostólico a la gran nación brasileña. Para mi es una feliz oportunidad de manifestar y estrechar aún más los lazos que unen a la Iglesia Católica y al Judaísmo, reafirmando así la importancia de las relaciones que existen entre nosotros también aquí en Brasil. Como saben ustedes, la Declaración Nostra Aetate, del Concilio Vaticano II, en su cuarto párrafo afirma que la Iglesia, al estudiar profundamente su propio misterio recuerda el vínculo que la une espiritualmente a la descendencia de Abraham. De esta forma la relación entre la Iglesia y el Judaísmo no es exterior a las dos religiones, sino que es algo que se funda en la herencia religiosa distintiva de ambas, en el propio origen de Jesús y de los Apóstoles, así como en el ambiente en que la Iglesia primitiva creció y se desarrolló. Si, a pesar de todo esto, nuestras respectivas identidades religiosas nos han dividido, a veces dolorosamente, a través de los siglos, eso no debe ser obstáculo para que, respetando esa misma identidad, queramos ahora valorizar nuestra herencia común y cooperar así, a la luz de esa misma herencia, en la solución de los problemas que afligen a la sociedad contemporánea, necesitada de la fe en Dios, de la obediencia a su santa Ley, de la esperanza activa en la venida de su Reino. Quedo muy contento por saber que esa relación y cooperación se dan ya aquí en Brasil, especialmente a través de la Hermandad Judaico-Cristiana. Judíos y católicos se esfuerzan así en profundizar la común herencia bíblica, sin disimular, con todo, las diferencias que nos separan; y de esa forma, un renovado conocimiento mutuo podrá conducir a una más adecuada presentación de cada religión en la enseñanza de la otra. Sobre esta base sólida se podrá luego construir, como ya se viene haciendo, la tarea de cooperación en beneficio del hombre concreto, de la promoción de sus derechos, no pocas veces conculcados, de su justa participación en la prosecución del bien común, sin exclusivismo ni discriminaciones. Son estos, por otra parte, algunos de los puntos presentados a la atención de la comunidad Católica por las Orientaciones y Sugerencias para la aplicación de la Declaración Conciliar “Nostra Aetate”, publicadas por la Comisión para las relaciones religiosas con el Judaísmo, en 1975, como también por los párrafos correspondientes del Documento final de la Conferencia de Puebla (núms. 1110, 1123). Esto hará vivo y eficaz, para bien de todos, el valioso patrimonio espiritual que une a los judíos y a los cristianos. Así lo deseo de todo corazón. Que sea este el fruto de este encuentro fraterno con los representantes de la comunicad israelita de Brasil.