DISCURSO DEL SANTO PADRE ANTE EL COMITÉ INTERNACIONAL JUDÍO PARA CONSULTAS INTERRELIGIOSAS

24 de junio de 2013

Queridos hermanos mayores,

Shalom!

Con este saludo, también muy querido en la tradición cristiana, me complace dar la bienvenida a la delegación de los líderes del «Comité Judío Internacional para Consultas Interreligiosas» (International Jewish Committee on Interreligious Consultations).

También dirijo un saludo cordial al cardenal Koch, así como a los demás miembros y colaboradores de la Comisión para las Relaciones Religiosas con los Judíos, con la que se mantiene desde hace más de cuarenta años, un diálogo regular.

Las veintiún reuniones celebradas hasta la fecha, sin duda han contribuido a mejorar la comprensión mutua y los lazos de amistad entre los judíos y católicos. Sé que se está preparando la próxima reunión, que tendrá lugar en octubre en Madrid con el tema: «Los desafíos a la fe en las sociedades contemporáneas». ¡Gracias por su compromiso!

En estos primeros meses de mi ministerio he tenido la oportunidad de conocer a ilustres personalidades del mundo judío, pero esta es la primera oportunidad de conversar con un grupo de representantes oficiales de las organizaciones y de la comunidades judías; y por esto no puedo dejar de recordar lo que se afirmaba solemnemente en el numeral 4 de la Declaración Nostra Aetate del Concilio Vaticano II, que representa para la Iglesia católica un punto de referencia fundamental en lo que respecta a las relaciones con el pueblo judío.

A través de las palabras del texto conciliar, la Iglesia reconoce que «los comienzos de su fe y de su elección se encuentran ya, según el misterio divino de la salvación, en los patriarcas, en Moisés y en los profetas». Y en cuanto al pueblo judío, el Concilio recuerda la enseñanza de san Pablo, según el cual «los dones y la llamada de Dios son irrevocables», y condena enérgicamente el odio, las persecuciones y todas las manifestaciones de antisemitismo. Por nuestras raíces comunes, ¡un cristiano no puede ser antisemita!

 

Los principios fundamentales expresados en la Declaración mencionada han marcado el camino para un mayor conocimiento y comprensión recíprocos, recorrido en las últimas décadas entre judíos y católicos, camino al que mis predecesores han dado un gran impulso a través de gestos particularmente significativos, o a través del desarrollo de una serie de documentos que tienen una profunda reflexión sobre los fundamentos teológicos de las relaciones entre judíos y cristianos. Es un camino por el que debemos dar gracias sinceramente al Señor.

Sin embargo, esto es solo la parte más visible de un vasto movimiento que se hizo a nivel local un poco en todo el mundo, del cual yo mismo soy testigo. A lo largo de mi ministerio como arzobispo de Buenos Aires –como informó el señor Presidente–, tuve la alegría de mantener relaciones de sincera amistad con algunos miembros del mundo judío. A menudo hablamos de nuestras respectivas identidades religiosas, la imagen del hombre contenida en las Escrituras, la forma de mantener vivo el sentido de Dios en un mundo secularizado en muchos lugares. Me he confrontado con ellos en varias ocasiones sobre los desafíos comunes de judíos y cristianos. Pero lo más importante, como amigos, disfrutamos de la presencia del otro, nos hemos enriquecido mutuamente a través del encuentro y el diálogo, con una actitud de aceptación mutua, y esto nos ha ayudado a crecer como seres humanos y como creyentes.

Lo mismo sucedió y sucede en muchas otras partes del mundo, y estas relaciones de amistad son en cierto modo la base del diálogo que se desarrolla en el plano oficial. No puedo, por lo tanto, hacer otra cosa que animarlos a continuar su camino, buscando, como lo están haciendo, la participación en esto de las nuevas generaciones. La humanidad necesita de nuestro testimonio común en favor del respeto a la dignidad del hombre y de la mujer, creados a imagen y semejanza de Dios, y en favor de la paz, sobre todo que es un don suyo. Me gusta recordar aquí las palabras del profeta Jeremías: «Porque conozco los designios que abrigo sobre ustedes –oráculo del Señor–. Son designios de paz, no de desgracia; de darles un porvenir cuajado de esperanza» (Jr. 29,11).

Con esta palabra: paz, shalom, me gustaría terminar también mi discurso, pidiéndoles el don de vuestras oraciones y asegurándoles las mías.

Fuente Zenit.org