Intervención vaticana en la ONU en el sexagésimo aniversario
del fin de Auschwitz
Pronunciada por el arzobispo Migliore, observador permanente ante las Naciones Unidas
25 de enero de 2005
Señor presidente:
Mi delegación da cordialmente la bienvenida a la iniciativa que nos ha permitido celebrar esta sesión especial de la Asamblea General para conmemorar el sexagésimo aniversario de la liberación de los campos de concentración del nazismo por las Fuerzas Aliadas.
Nos ofrece una nueva oportunidad para recordar solemnemente a las víctimas de una visión política inhumana basada en una ideología extrema. Nos recuerda también las raíces mismas de esta organización, de sus nobles metas y de la voluntad política que sigue siendo necesaria para prevenir que este tipo de horrores se repitan.
Hoy contemplamos las consecuencias de la intolerancia al recordar a todos aquellos que se convirtieron en objetivo de la ingeniería política y social de los nazis, elaborada a tremenda escala y utilizando una brutalidad deliberada y calculada. Aquellos que eran considerados como inútiles para la sociedad –los judíos, los pueblos eslavos, los gitanos, los discapacitados, los homosexuales, entre otros– fueron destinados al exterminio; aquellos que se atrevieron a oponerse al régimen con sus palabras y con los hechos –políticos, líderes religiosos, ciudadanos privados–, pagaron con frecuencia su oposición con sus vidas. Se estudiaron las condiciones para hacer que los seres humanos perdieran su dignidad esencial y se les despojara de toda decencia y sentimiento humano.
Esos campos de muerte testimonian también un plan sin precedentes que buscaba la exterminación sistemática y deliberada de un todo un pueblo, el pueblo judío. La Santa Sede ha recordado en numerosas ocasiones con sentido de profunda tristeza los sufrimientos de los judíos a causa del crimen que ahora es conocido como Shoah. Acaecido en uno de los capítulos más oscuros del siglo XX, es único en su género y sigue siendo todavía una mancha vergonzosa en la historia de la humanidad ante la conciencia de todos.
Durante su visita a Auschwitz en 1979, Juan Pablo II afirmó que deberíamos hacer que el llanto de las personas allí martirizadas sirviera para hacer un mundo mejor, sacando las conclusiones adecuadas de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Señor presidente:
En un siglo caracterizado por catástrofes causadas por los hombres, los campos de muerte del nazismo son un recuerdo excepcional de «la inhumanidad del ser humano con sus semejantes» y de su capacidad para hacer el mal. Sin embargo, debemos recordar que la humanidad es también capaz de grandes cosas, del sacrificio personal y del altruismo. Cuando las calamidades naturales o humanas golpean, como hemos visto en las semanas recientes, las personas ofrecen la mejor cara de la sociedad humana, con solidaridad y fraternidad, en ocasiones, a expensas de los propios intereses. En el contexto de la conmemoración de hoy, necesitamos pensar sobre todo en estas personas valientes de todos los ámbitos de la sociedad, muchos de los cuales han sido reconocidos como «Justos entre las Naciones». Todos los pueblos del mundo son capaces de hacer mucho bien, algo que se alcanza con frecuencia a través de la educación y de la guía moral. Y a todo esto, deberíamos añadir una dimensión espiritual, que sin dar una falsa esperanza o explicaciones fáciles, nos ayuda a mantener la humildad, la perspectiva y a afrontar terribles acontecimientos.
Por este motivo mi delegación da la bienvenida a esta oportunidad de recordar la liberación de los campos de concentración del nazismo para que la humanidad no olvide el terror del que es capaz el hombre; los males del extremismo político arrogante y de la ingeniería social; y recuerde la necesidad de construir un mundo más seguro y sano para cada hombre, mujer, y niño que viva en él.
Ojalá muchos hombres y mujeres de buena voluntad aprovechen esta ocasión para decir «Nunca más» a crímenes como esos, sin importar cual sea su inspiración política, para que todas las naciones, así como esta organización, respeten verdaderamente la vida, la libertad y la dignidad de cada uno de los seres humanos. Con una voluntad política seria, con los recursos morales y espirituales seremos capaces de transformar una vez por todas nuestras respectivas culturas para que las personas del mundo aprendan a custodiar como un tesoro la vida y a promover la paz.
Gracias, señor presidente.