DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II 

 

en el 60 Aniversario de la liberación de Auschwitz-Birkenau

enviado através del Cardenal Jean-Marie Lustiger, arzobispo de París

enviado especial para los Actos del 27 de enero de2005

Se cumplen sesenta años de la liberación de los prisioneros del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau. En esta circunstancia no podemos dejar deregresar con la memoria al drama que allí tuvo lugar, trágico fruto de un odioprogramado. En estos días es necesario recordar a los millones de ‘personas quesin culpa alguna soportaron sufrimientos inhumanos y fueron aniquilados en lascámaras de gas y en los crematorios. Me inclino ante todos los queexperimentaron aquella manifestación del «mysterium iniquitatis».

Cuando, siendo Papa, visité como peregrino el campo de concentración deAuschwitz-Birkenau, en el año 1979, me detuve ante las lápidas dedicadas a lasvíctimas. Había frases grabadas en diferentes idiomas: polaco, inglés, búlgaro,rom, checo, danés, francés, griego, hebreo, yiddish, español, flamenco,serbo-croata, alemán, noruego, ruso, rumano, húngaro e italiano. En todos estosidiomas estaba escrito el recuerdo de las víctimas de Auschwitz, personasconcretas, a pesar de que con frecuencia eran totalmente desconocidas: hombres,mujeres y niños. Me detuve entonces durante algo más tiempo ante las lápidasescritas en hebreo. Dije: «Esta inscripción recuerda al Pueblo, cuyos hijos ehijas fueron destinados al exterminio total. Este pueblo tiene su origen enAbraham, que es también nuestro padre en la fe (cf. Romanos 4,11-12), comoexpresó Pablo de Tarso. Precisamente este pueblo, que recibió de Dios elmandamiento «No matarás», ha experimentado en sí mismo de formaparticular lo que significa matar. Ante esta lápida nadie puede pasar de largocon indiferencia».

Hoy repito aquellas palabras. Nadie puede pasar de largo ante la tragedia de laShoah. Aquel intento de acabar programadamente con todo un pueblo se extiendecomo una sombra sobre Europa y el mundo entero; es un crimen que mancha parasiempre la historia de la humanidad. Que sirva de advertencia para nuestrosdías y para el futuro: no hay que ceder ante las ideologías que justifican laposibilidad de pisotear la dignidad humana basándose en la diversidad de raza,del color de la piel, de lengua o de religión. Lanzo este llamamiento a todos yen particular a aquellos que en nombre de la religión recurren al atropello yal terrorismo.

Estas reflexiones me acompañaron especialmente cuando la Iglesia celebró lasolemne liturgia penitencial en la Basílica de San Pedro en el Gran Jubileo delAño 2000 y también cuando peregriné a los Santos Lugares y subí a Jerusalén. En Yad Vashem, el memorial de la Shoah, a los pies del Muro de las Lamentaciones,recé en silencio, pidiendo el perdón y la conversión de los corazones.

Recuerdo que, en 1979, me detuve a reflexionar intensamente también ante otraslápidas, escritas en ruso y en rom. La historia de la participación de la UniónSoviética en aquella guerra fue compleja, pero no es posible dejar de recordarque en ella los rusos sufrieron el número más elevado de personas que perdierontrágicamente la vida. También los gitanos, en las intenciones de Hitler, habíansido destinados al exterminio total. No se puede infravalorar el sacrificio dela vida impuesto a aquellos hermanos nuestros en el campo de exterminio deAuschwitz-Birkenau. Por eso, exhorto a no pasar con indiferencia ante aquellaslápidas.

Me detuve, por último, ante la lápida escrita en polaco. Entonces dije que laexperiencia de Auschwitz constituía «una etapa ulterior en las luchas secularesde esta nación, de mi nación, en defensa de sus derechos fundamentales entrelos pueblos de Europa. Era un nuevo grito por el derecho de ocupar su propiolugar en el mapa de Europa: una nueva cuenta dolorosa con la conciencia de lahumanidad». La afirmación de esta verdad no era más que una invocación a lajusticia histórica para esta nación que había afrontado tantos sacrificios enla liberación del continente europeo de la nefasta ideología nazi y había sidovendida como esclava a otra ideología destructiva: el comunismo soviético. Hoyrecuerdo aquellas palabras para dar gracias a Dios -sin renegarlas- porque através del perseverante esfuerzo de mis compatriotas, Polonia ha encontrado sulugar adecuado en el mapa de Europa. Mi deseo e que este histórico hecho traigafrutos de recíproco enriquecimiento para todos los europeos.

Durante la visita a Auschwitz-Birkenau dije que había que detenerse ante cadalápida. Yo mismo lo hice, pasando en meditativa oración de una lápida a otra,encomendando a la Misericordia Divina a todas las víctimas pertenecientes a lanaciones golpeadas por las atrocidades de la guerra. También recé para obtener,por su intercesión, el don de la paz en el mundo. Sigo rezando sin cesar, conla confianza de que, en toda circunstancia, al al final venza el respeto de ladignidad de la persona humana, de los derechos de todo hombre a una librebúsqueda de la verdad, de la observancia de las normas de la moral, delcumplimiento de la justicia, y del derecho de cada quien a condiciones de vidadignas del hombre (cf. Juan XXIII, carta encíclica «Pacem in terris»).

Al hablar de las víctimas de Auschwitz, no puedo dejar de recordar que, enmedio de aquella acumulación de mal indescriptible, se dieron manifestacionesheroicas de adhesión al bien. Ciertamente hubo muchas personas que aceptaroncon libertad de espíritu someterse al sufrimiento, y demostraron amor no sólohacia los compañeros prisioneros, sino también a sus verdugos. Muchos lohicieron por amor de Dios y del hombre, otros en nombre de los valoreespirituales más elevados. Gracias a su actitud, se hizo evidente una verdad,que con frecuencia aparece en la Biblia: aunque el hombre es capaz de hacer elmal, a veces un mal enorme, el mal no tendrá la última palabra. En el abismomismo del sufrimiento, puede vencer el amor. El testimonio de un amor como elsurgido en Auschwitz no puede caer en el olvido. Debe alzar incesantemente lasconciencias, extinguir los conflictos, exhortar a la paz.

Éste parece ser el sentido más profundo de la celebración de este aniversario.Si recordamos el drama de las víctimas, no lo hacemos para volver a abrirheridas dolorosas ni para suscitar sentimientos de odio y propósitos devenganza, sino para rendir homenaje a aquellas personas, para sacar a la luz laverdad histórica y, sobre todo, para que todos se den cuenta de laresponsabilidad en la construcción de nuestra historia. ¡Que nunca más serepita en ningún rincón de la tierra lo que experimentaron los hombre y mujeresque lloramos desde hace sesenta años!

Saludo a todos los que participan en las celebraciones del aniversario y paratodos pido a Dios el don de la su bendición.

IOANNES PAULUS II

Vaticano, 15 de enero de 2005