DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
AL FINAL DEL «CONCIERTO DE LA RECONCILIACIÓN»
OFRECIDO EN LA SALA PABLO VI

Sábado 17 de enero de 2004

 

1. Con viva emoción he asistido al concierto de esta tarde dedicado al tema de la reconciliación entre judíos, cristianos y musulmanes. He escuchado con participación interior la espléndida ejecución musical, que ha sido para todos nosotros ocasión de reflexión y oración. Saludo y doy las gracias de corazón a los promotores de la iniciativa y a cuantos han contribuido a su realización concreta.

Saludo a los presidentes y a los miembros de los Consejos pontificios que han organizado este acontecimiento tan significativo. Saludo a las personalidades y a los representantes de las diversas organizaciones judías internacionales, de las Iglesias y comunidades eclesiales y del islam, que con su participación hacen aún más sugestivo este encuentro. Expreso mi gratitud en particular a los Caballeros de Colón, que han dado su apoyo concreto al concierto, así como a la RAI, aquí representada por sus dirigentes, que ha asegurado su adecuada difusión.

Dirijo también mi saludo al ilustre maestro Gilbert Levine y a los miembros de la orquesta sinfónica de Pittsburgh y de los coros de Ankara, Cracovia, Londres y Pittsburgh. La elección de las piezas de esta tarde tenían como finalidad atraer nuestra atención hacia dos puntos importantes que, en cierto sentido, unen a los seguidores del judaísmo, del islam y del cristianismo, aunque los respectivos textos sagrados los tratan de modo diferente. Esos dos puntos son:  la veneración al patriarca Abraham y la resurrección de los muertos. Hemos escuchado un magistral comentario de esos puntos en el motete sacro «Abraham», de John Harbison, y en la sinfonía número 2 de Gustav Malher, inspirada en el poema dramático «Dziady», del ilustre dramaturgo polaco Adam Mickiewicz.

2. La historia de las relaciones entre judíos, cristianos y musulmanes está marcada por luces y sombras y, por desgracia, ha conocido momentos dolorosos. Hoy, se siente la necesidad urgente de una sincera reconciliación entre los creyentes en el único Dios.

Esta tarde nos hallamos reunidos aquí para expresar concretamente este compromiso de reconciliación a través del mensaje universal de la música. Se nos ha recordado la exhortación:  «Yo soy el Dios omnipotente. Camina en mi presencia y sé perfecto» (Gn 17, 1). Todo ser humano siente resonar en su interior esas palabras; sabe que un día deberá dar cuenta a Dios, que desde lo alto observa su camino en la tierra.

Juntos expresamos el deseo de que los hombres sean purificados del odio y del mal que amenazan continuamente la paz, y se tiendan recíprocamente manos que no conozcan violencia, sino que estén dispuestas a ofrecer ayuda y consuelo a las personas necesitadas.

3. El judío honra al Omnipotente como protector de la persona humana, y Dios de las promesas de vida. El cristiano sabe que el amor es el motivo por el que Dios entra en relación con el hombre, y que el amor es la respuesta que él espera del hombre. Para el musulmán, Dios es bueno y sabe colmar al creyente de sus misericordias. Judíos, cristianos y musulmanes, alimentados con estas  convicciones, no pueden aceptar que el odio aflija a la tierra y que guerras sin fin trastornen a la humanidad.

¡Sí! Debemos encontrar en nosotros la valentía de la paz. Debemos implorar de Dios el don de la paz. Y esta paz se derramará como aceite que alivia, si recorremos sin cesar el camino de la reconciliación. Entonces el desierto se convertirá en un jardín donde reinará la justicia, y el efecto de la justicia será la paz (cf. Is 32, 15-16).

Omnia vincit amor!