II COMISIÓN INTERNACIONAL MIXTA

JUDAÍSMO-IGLESIA CATÓLICA

28 de octubre 1985

 

Exactamente 20 años después de la promulgación de la Declaración Nostra Aetate por el Concilio Vaticano II, habéis elegido Roma como sede de la XII sesión del Comité Internacional de contacto entre la Iglesia Católica, representada por la Comisión de la Santa Sede para las relaciones religiosas con el Judaísmo, y el Comité Judío Internacional para las consultas interreligiosas.

 

Hace diez años, en enero 1975, os reunisteis también en Roma, para el X aniversario de la promulgación del mismo documento. La Declaración trata, en efecto, en su cuarta sección, de las relaciones entre la Iglesia Católica y la Comunidad religiosa judía. Se ha dicho repetidas veces que el contenido de esta sección, si bien no demasiado extenso ni indebidamente complicado, ha marcado una época, y que ha podido cambiar las relaciones existentes entre la Iglesia y el Pueblo Judío, inaugurando una era nueva en estas relaciones.

 

Me regocijo de afirmar aquí, veinte años después, que los frutos cosechados desde entonces, y vuestro Comité es uno de ellos, prueban la verdad básica de esta afirmación. La Iglesia Católica está siempre dispuesta, con la ayuda de la gracia de Dios, a revisar y renovar todo cuanto en sus actividades y modos de expresión resulta ser menos conforme con su propia identidad, fundada en la Palabra de Dios, en el Antiguo y Nuevo Testamento, en cuanto leídos en la Iglesia. Y esto ella lo hace, no por ninguna ventaja, ni con mira a ningún provecho, cualquiera que fuera, sino a partir de una profunda conciencia de su propio “misterio” y de una siempre renovada voluntad de traducirlo en la práctica. La Declaración afirma, con extrema precisión, que en la medida en que ella profundiza en este “misterio”, la Iglesia “recuerda el vínculo espiritual” entre ella misma y el “linaje de Abraham”

 

Es este “vínculo”, que la Declaración sigue después explicando e ilustrando, el que constituye el verdadero fundamento de nuestras relaciones con el pueblo judío. Una relación que se podría muy bien llamar un verdadero “parentesco”, y que tenemos solamente con esta comunidad religiosa, no obstante los numerosos lazos que nos unen con otras religiones de escala mundial, tan adecuadamente elaborados por la Declaración en otras secciones. Este “vínculo” puede ser calificado de “sagrado”, ya que procede de la misteriosa voluntad de Dios.

 

Nuestras relaciones a partir de esta fecha histórica, podían solamente mejorar, ser ahondadas y ramificarse en diferentes aspectos y niveles de la vida de la Iglesia Católica y la Comunidad Judía. En este contexto, la Santa Sede tomó la iniciativa ya en el lejano 1974, de crear una Comisión para las relaciones religiosas con el Judaísmo y ha publicado también, por medio de esa misma Comisión, dos Documentos más, destinados a la aplicación de la Declaración en numerosos ámbitos de la vida de la Iglesia, las “Orientaciones” de 1975 y las muy recientes “Notas para una correcta presentación de Judíos y Judaísmo en la predicación y la catequesis de la Iglesia Católica”.

 

Ambos documentos son una prueba del continuo interés y empeño de la Santa Sede en esta relación renovada entre la Iglesia Católica y el Pueblo Judío, y en extraer de ella todas las consecuencias prácticas.

 

Acerca del último documento mencionado, las “Notas” publicadas en junio pasado, estoy seguro que serán de gran ayuda de cara a liberar nuestra enseñanza religiosa y catequética de toda presentación negativa o inexacta de los Judíos y del Judaísmo, en el contexto de la fe Católica. Ayudarán también a promover el respeto, el aprecio y por acierto el amor por unos y otros, como ambos se presentan en el inescrutable designio de Dios, que “no rechaza a su pueblo” (Sal 94,14: Rm 11,1). Del mismo modo, el antisemitismo, en sus repelentes y a veces violentas manifestaciones, debería ser del todo erradicado. Mejor aún, ha de surgir ciertamente, como sucede ya en muchas partes, una visión positiva de cada una de nuestras religiones, en el debido respeto de la identidad de cada cual.

 

Para entender nuestros documentos, y especialmente la Declaración Conciliar, de manera correcta, una segura comprensión de la tradición de la teología católicas son ciertamente necesarias. Diría incluso que, para que los católicos puedan sondear los abismos del exterminio de varios millones de judíos durante la segunda guerra mundial, y las heridas que ello ha causado a la conciencia del Pueblo Judío, como las “Notas” les han pedido hacer (n.25), se requiere también reflexión teológica. Espero, por eso, ardientemente que el estudio de la teología y la reflexión consiguiente sean cada vez más parte integrante de nuestros intercambios, para beneficio mutuo, si bien, por razones comprensibles, algunos sectores de la Comunidad Judía podrían todavía mantener ciertas reservas acerca de este tipo de diálogo. Sin embargo, el conocimiento profundo y el respeto de la identidad religiosa de cada uno parece esencial para la reafirmación y el refuerzo del “vínculo” del cual hablaba el Concilio.

 

El Comité Internacional de contacto que vosotros formáis es una prueba y una manifestación práctica de este “vínculo”. Os habéis reunido doce veces desde 1974 y no obstante las normales dificultades de adaptación y hasta algunas tensiones ocasionales, habéis llegado a realizar una relación rica, múltiple y franca. Veo aquí presentes representaciones de muchas iglesias locales y de diversas comunidades judías. Una representación tan amplia reunida en Roma para la celebración del XX aniversario de Nostra Aetate resulta a la vez consoladora y promisoria. Realmente hemos adelantado mucho en nuestras relaciones.

 

A fin de continuar por la misma senda, bajo los ojos de Dios y con su bendición que todo sana, estoy cierto de que trabajaréis con dedicación cada vez mayor para alcanzar un siempre más profundo mutuo conocimiento, para interesaros todavía más en las legítimas preocupaciones de cada uno, y especialmente para colaborar en los diversos campos en que nuestra fe en un solo Dios y nuestro común respeto por su imagen, presente en cada mujer y cada hombre, requieran nuestro testimonio y nuestro compromiso.

 

Por la tarea que ha sido realizada doy gracias, junto con vosotros, al Señor nuestro Dios, y por lo que estáis llamados a hacer todavía, ofrezco mis oraciones, mientras me alegro afirmar nuevamente el empeño de la Iglesia Católica en esta relación y diálogo con la Comunidad Judía. Quiera el Señor asistir vuestra buena voluntad y vuestra entrega personal e institucional a esta importante tarea.