DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
al CONGRESO MUNDIAL JUDÍO
Vaticano, 22 de mayo de 2003

Mensaje del Santo Padre al recibir a quince representantes del Congreso Mundial Judío y del Comité Internacional Judío para las Relaciones Interreligiosas:
«Siento un gran placer al recibir en el Vaticano a distinguidos representantes del Congreso Mundial Judío y del Comité Internacional Judío para las Relaciones Interreligiosas. Vuestra visita me trae a la memoria los lazos de amistad que se han desarrollado desde que el Concilio Vaticano II emitió la Declaración Nostra Aetate y puso nuevas y positivas bases a las relaciones entre judíos y católicos.
La Palabra de Dios es una lámpara y una luz en nuestro camino; nos mantiene vivos y nos da nueva vida (Ps 119,105-107). La Palabra fue dada a nuestros hermanos y hermanas judíos especialmente en la Torá. Para los cristianos esta Palabra encuentra su cumplimiento en Jesucristo. Aunque mantenemos e interpretamos esta herencia de forma diferente, las dos comunidades nos sentimos obligadas a dar testimonio de la paternidad de Dios y de su amor hacia todas las criaturas.
Aunque el mundo de hoy está con frecuencia marcado por la violencia, la represión y la explotación, estas realidades no representan la última palabra sobre el destino humano. Dios promete un Nuevo Cielo y una Nueva Tierra (Is 65,17; Apoc 21,1). Sabemos que Dios enjugará todas las lágrimas (Is 25,28) y que desaparecerá toda aflicción y todo dolor (Apoc 21,4). Judíos y cristianos creemos que nuestras vidas son un viaje hacia el cumplimiento de las promesas de Dios.
A la luz de la herencia religiosa común que compartimos, podemos considerar esta oportunidad como un desafío para realizar esfuerzos conjuntos por la paz y la justicia en nuestro mundo. La defensa de la dignidad de cada ser humano, hecho a imagen y semejanza de Dios, es una causa que debe comprometer a todos los creyentes. Este modo de colaboración práctica entre cristianos y judíos requiere valor y visión, y también confianza en que es Dios quien saca el bien a partir de nuestros esfuerzos: «Si el Señor no construye la casa, los que la construyen trabajan en vano» (Ps 127,1). Queridos amigos, quiero infundiros ánimo en vuestro compromiso para ayudar a los niños que sufren en Argentina. Es mi ferviente esperanza y oración que el Todopoderoso bendiga todos vuestros proyectos. Que Él os acompañe y guíe vuestros pasos en el camino de la paz» (Lc 1,79)