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Juan Pablo II - Discurso Organizaciones Judías Norteamericanas 1987

DISCURSO DE JUAN PABLO II A LOS REPRESENTANTES

DE LAS ORGANIZACIONES JUDÍAS NORTEAMERICANAS

 

Miami, 11 de septiembre de 1987

 

Queridos amigos, representantes de tantas organizaciones judías, procedentes de todos los Estados Unidos, queridos hermanos y hermanas judíos:

 

1. Os agradezco vivamente vuestras cordiales palabras de saludo. Estoy muy contento de encontrarme entre vosotros, particularmente en este momento en el que se inaugura la exposición de la Colección Judeo Vaticana. El maravilloso material, que incluye Biblias miniadas y libros de oración, muestra sólo una pequeña parte de las grandes riquezas espirituales de la tradición judía a lo largo de los siglos hasta hoy, riquezas espirituales utilizadas a menudo en una fructuosa cooperación con artistas cristianos.

 

Al comienzo de nuestro encuentro, es oportuno subrayar nuestra fe en el Dios único, que eligió a Abraham, Isaac y Jacob y estableció con ellos una Alianza de amor eterno, que no ha sido nunca revocada (cf. Gén 27,33; Rom 11,29). Por el contrario, fue confirmada mediante el don de la Torah hecho a Moisés y abierta por los Profetas hacia la esperanza de la redención eterna y el compromiso universal por la justicia y la paz. El pueblo judío, la Iglesia y todos los que creen en Dios misericordioso -que, en las oraciones de los hebreos se invoca como “Av Ha-Rakhamîm”- pueden encontrar en esta Alianza fundamental con los Patriarcas un punto de partida determinante para nuestro diálogo y nuestro testimonio común en el mundo.

 

Es oportuno recordar, además, la promesa hecha por Dios a Abraham y la hermandad espiritual que ésta instauró: “Y en tu posteridad serán benditas todas las naciones de la tierra, por haberme tú obedecido” (Gén 22,18). Esta hermandad espiritual, unida estrechamente a la obediencia a Dios, exige un gran respeto recíproco con humildad y confianza. Un examen objetivo de nuestras relaciones a lo largo de los siglos debe tener en cuenta esta gran necesidad.

 

2. Hay que poner de relieve el hecho de que los Estados Unidos hayan sido fundados por hombres que arribaron a estos puertos a menudo como refugiados religiosos. Aspiraban a ser tratados con justicia y a ser recibidos según la Palabra de Dios, como leemos en el Levítico: “Tratar al extranjero que habita en medio de vosotros como al indígena de entre vosotros; ámale como a ti mismo, porque extranjero fuisteis vosotros en tierra de Egipto. Yo, Yavé, vuestro Dios” (Lev 19, 34). Entre los millones de emigrantes que llegaron, había un gran número de católicos y de judíos. Idénticos principios religiosos fundamentales de libertad y justicia, de igualdad y solidaridad humana, afirmados tanto en la Torah como en el Evangelio, se reflejan en los altos ideales humanos y en la tutela de los derechos universales proclamados en Estados Unidos. Estos, a su vez, ejercían un fuerte influjo positivo en la historia de Europa y de otras partes del mundo. Pero los caminos de los inmigrados a este nuevo país no resultaban siempre fáciles. Tenemos que admitir tristemente que los prejuicios y las discriminaciones eran algo común, tanto en el Nuevo Mundo como en el Viejo. Sin embargo, juntos judíos y católicos, contribuyeron al éxito de la experiencia americana concerniente a la libertad religiosa y en este contexto único, ofrecieron al mundo una vigorosa forma de diálogo interreligioso entre nuestras dos antiguas tradiciones. Elevo mi oración por todos aquellos que se comprometen en este diálogo, tan importante para la Iglesia y para el pueblo hebreo: ¡Que Dios os bendiga y os fortalezca en este servicio!

 

3. Al mismo tiempo, nuestro patrimonio común, nuestras tareas y esperanzas, no anulan nuestras propias identidades. A causa de su específico testimonio cristiano, “la Iglesia tiene el deber de proclamar a Jesucristo en el mundo” (Orientaciones y sugerencias para la aplicación de la Declaración conciliar Nostra aetate, n. 4 I -1974-: L’Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 12 de enero de 1975, página 2). Actuando de esta manera proclamamos que “Cristo es nuestra paz” (Ef 2,14). Como dice el Apóstol Pablo: “mas todo esto viene de Dios, que, por Cristo nos ha reconciliado consigo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación” (2 Cor 5,18). Al mismo tiempo, reconocemos y apreciamos los tesoros espirituales del pueblo judío y su testimonio religioso de Dios. Un diálogo teológico fraterno intentará comprender, a la luz del misterio de la redención, la manera cómo las diferencias en la fe no han de convertirse en motivo de enemistad, sino, más bien, han de abrir el camino a la “reconciliación”, para que al final “Dios sea en todas las coas” (1Cor 15,28).

 

Estoy contento de que, a este propósito, la Conferencia Episcopal de Estados Unidos y el Consejo de las Sinagogas de América hayan empezado las consultas entre los responsables judíos y los obispos, para llevar adelante un diálogo sobre problemas de enorme interés para nuestras dos comunidades de fe.

 

4. Contemplando la historia a la luz de los principios de la fe en Dios, hemos de meditar igualmente sobre el terrible episodio de la Shoah, el intento enfermizo y deshumano de exterminar a todo el pueblo judío en Europa; un intento que causó millares de víctimas -muchos de ellos mujeres y niños, ancianos y enfermos- exterminados solamente por el hecho de ser hebreos.

 

Meditando sobre este misterio de los sufrimientos de los hijos de Israel, de su testimonio de esperanza, de fe y de humanidad frente a ultrajes inhumanos, la Iglesia advierte cada vez más profundamente su vínculo común con el pueblo hebreo y con su tesoro de riquezas espirituales en el pasado y en el presente.

 

Es también oportuno recordar los grandes, los claros esfuerzos de los Papas contra el antisemitismo y el nazismo durante el momento culminante de la persecución a los judíos. En 1938, Pío XI declaraba que “el antisemitismo no puede ser admitido” (6 de septiembre de 1938), y afirmaba también la completa oposición entre el cristianismo y el nazismo, afirmando que la cruz nazista era “enemiga de la cruz de Cristo” (Discurso de Navidad, 1938). Estoy persuadido de que la historia revelarán aún con más claridad y de un modo más convincente el profundo sufrimiento de Pío XII ante la tragedia del pueblo judío, y lo que trabajó para asistirlo intensa y eficazmente durante la segunda guerra mundial.

 

Hablando en nombre de la humanidad y desde los principios cristianos, la Conferencia Episcopal de Estados Unidos denunció las atrocidades con la siguiente declaración: “Desde la invasión asesina de Polonia, privada completamente de toda apariencia de humanidad, se ha comenzado un exterminio premeditado y sistemático del pueblo de esta nación. La misma técnica diabólica se ha aplicado a otros muchos pueblos. Sentimos una profunda repulsión hacia las crueles indignidades perpetradas contra los judíos en los países conquistados y contra gente indefensa que no pertenece a nuestra fe” (14 de noviembre de 1942)

 

Recordemos también a tantos otros que, arriesgando su propia vida, han ayudado a los judíos perseguidos, y son honrados por los hebreos con el título de “Tzaddigê’ummôt ha-olâm” (Justos de las naciones).

 

5. La terrible tragedia de vuestro pueblo ha inducido a muchos pensadores judíos a reflexionar sobre la condición humana, aportando agudas intuiciones. Su visión del hombre y las raíces de esta visión en las enseñanzas de la Biblia, que compartimos en nuestra común herencia de las Escrituras hebraicas, ofrecen tanto a estudiosos judíos como católicos un material útil para la reflexión y el diálogo. Y yo pienso aquí sobre todo en las contribuciones de Martín Buber y también en aquellas de Mahler y Levinas.

 

Para comprender aún más profundamente el significado de la Shoah y las raíces históricas del antisemitismo que la han provocado, deben continuar la colaboración conjunta y los estudios por parte de católicos y judíos sobre la Shoah. Estos estudios se han efectuado ya en vuestro país con numerosas conferencias, como los seminarios nacionales sobre las relaciones cristiano-judías. Las implicaciones religiosas e históricas de la Shoah para los cristianos y los hebreos serán examinadas ahora formalmente por el Comité Internacional de Relaciones Católico-Judío, que se reunirá por primera vez en Estados Unidos, al final del presente año. Y, como he confirmado en el curso del importante y cordial encuentro tenido con los responsables judíos en Castelgandolfo el primero de septiembre, al final de estos estudios se publicó un documento católico sobre la Shoah y el antisemitismo.

 

También, esperamos que los programas comunes de educación sobre nuestras relaciones históricas y religiosas, que se han desarrollado bien en vuestro país, promoverán realmente el respeto recíproco y sensibilizarán a las futuras generaciones sobre el holocausto ¡con el objetivo que semejante error no se cometa nunca más! ¡Nunca más!

 

Cuando me reuní, en Varsovia, con los responsables de la comunidad judío-polaca, en junio de este año, subrayé el hecho de que a través de la terrible experiencia de la Shoah, vuestro pueblo se ha convertido en “una gran voz de advertencia para toda la humanidad, para todas las naciones, para todas las potencias de este mundo, para todos los sistemas y para todo hombre... en esta advertencia salvífica” (Discurso del 14 de junio de 1987: L’Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 5 de julio de 1987, pág. 15).

 

6. Es también oportuno que en cada diócesis los católicos hagan efectivas, bajo la dirección de los obispo, las afirmaciones del Concilio Vaticano II y las sucesivas instrucciones publicadas por la Santa Sede relativas al modo correcto de predicar y enseñar sobre los judíos y sobre el Judaísmo. Conozco los grandes esfuerzos que los católicos están haciendo ya en esta dirección y deseo expresar mi gratitud a todos aquellos que están comprometidos de una manera tan diligente en este objetivo.

 

7. En todo diálogo sincero se necesita por parte de cada uno de los participantes, la intención de permitir a los otros definirse, “a la luz de su actual realidad religiosa” (Orientaciones 1974, Introducción). Fieles a esta afirmación los católicos reconocen, entre los elementos de la experiencia judía, que los judíos tienen una conexión religiosa con su tierra, que encuentran sus raíces en la tradición bíblica.

 

Después del trágico exterminio de la Shoah, el pueblo judío ha comenzado un nuevo periodo de su historia. Ellos tienen derecho a una patria, así como lo tiene toda nación civil, según el derecho internacional. “Para el pueblo judío que vive en el Estado de Israel y que en aquella tierra conserva preciosos testimonios de su historia y de su fe, debemos invocar la deseada seguridad y la justa tranquilidad que es una prerrogativa de toda nación y condición de vida y de progreso para toda sociedad” (Redemptionis anno, 20 de abril de 1984).

 

Lo que se ha afirmado sobre el derecho a una patria se aplica también al pueblo palestino, muchos de los miembros de este pueblo se encuentran sin casa y están refugiados. Mientras todos los interesados deben meditar honestamente sobre el pasado -los musulmanes no menos que los judíos y que los cristianos- ya es hora de encontrar unas soluciones que conduzcan a una paz justa, completa y duradera en aquella región.

 

Rezo con toda intensidad por esta paz.

 

8. Finalmente, al agradeceros una vez más vuestra cordialidad en el saludo que me habéis dirigido, alabo y doy gracias a Dios por este encuentro fraterno, por el don del diálogo entre nuestros dos pueblos, y por la nueva y más profunda comprensión entre nosotros. Mientras que nuestra larga relación se acerca al tercer milenio, es un gran privilegio para nosotros ser testigos de este progreso en esta generación.

 

Espero sinceramente que, como partes de este diálogo, como hermanos en la fe en Dios que se ha revelado, como hijos de Abraham, nos comprometamos a prestar un servicio común a la humanidad, que tan necesitada se encuentra en estos días. Estamos llamados a colaborar en el servicio y a unirnos en una causa común siempre que un hermano o una hermana están abandonados, olvidados, rechazados o sufren de cualquier modo; siempre que los derechos humanos se rechazan o la dignidad humana está ofendida; siempre que los derechos de Dios se viola o se ignoran.

 

Con el Salmista, yo repito ahora:

 

“Voy a escuchar lo que dice el Señor: Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos y a los que se convierten de corazón” (Sal 85/84, 9).

 

A todos vosotros, queridos amigos, queridos hermanos y hermanas; a todos vosotros, querido pueblo judío de Estados Unidos: con gran esperanza os deseo la paz del Señor: Shalom! Shalom! Dios os bendiga en este Shabat y en este año:

 

Shabat Shalom ! Shanà Tovà

we-Hatimà Tovà!

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