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Comisión para el diálogo católico-judío entre representantes de la Comisión de la Santa Sede para las relaciones religiosas con el judaísmo y del Gran Rabinato de Israel

 

1. Después de un encuentro preliminar en Jerusalén, el 5 de junio de 2002, delegaciones de alto nivel de la Comisión de la Santa Sede para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo y el Gran Rabinato de Israel se han encontrado en la Villa Cavalletti (Grottaferrata - Roma), del 23 al 27 de febrero de 2003

Argumento central de las discusiones, que se desarrollaron en una atmósfera cordial y amistosa, fue la búsqueda de maneras de promover la paz, la armonía y los valores religiosos en las sociedades contemporáneas.

2. Hemos reconocido que el fundamento de nuestro diálogo debe consistir en la verdad y en la honestidad, en el respeto de nuestras diversas identidad religiosas. Nosotros dialogamos en cuanto creyentes que tienen raíces y un patrimonio espirituales comunes. El diálogo es un valor en sí, y excluye cualquier intención de conversión. Basándose en la enseñanza del Concilio Vaticano II y del Papa Juan Pablo II, la Iglesia reconoce que «los judíos son todavía muy amados de Dios a causa de sus padres, porque Dios no se arrepiente de sus dones y de su vocación» («Nostra aetate», n. 4; Romanos 11, 28-29). Constatamos nuestras respectivas tradiciones y nos respetamos recíprocamente en nuestra alteridad. Nos sentimos llamados a proclamar en el mundo el testimonio del Único Dios, y deseamos colaborar para reforzar los valores religiosos comunes, la paz en la justicia, la verdad y el amor.

3. Hemos acordado discutir sobre los siguientes argumentos, de cara a nuestra colaboración:
a) La santidad de la vida humana.
b) Los valores de la familia.

4. La santidad de la vida humana
4.1 La vida humana en nuestro mundo tiene un valor único y altísimo. Cualquier intento de destruir la vida humana debe ser rechazado. Sería necesario, además, esforzarse por promover juntos los derechos humanos, la solidaridad entre todos los seres humanos, el respeto por la libertad de conciencia.

4.2. Nuestra motivación religiosa común por esta afirmación central se funda en la declaración bíblica, según la cual, el ser humano es creado a imagen de Dios viviente, a su semejanza (Cf. Génesis 1, 26). Dios es el Santo y el Creador de la vida humana, y el ser humano está bendecido y llamado a corresponder a su Santidad. Por consiguiente, toda vida humana es santa, sacrosanta e inviolable. Según el libro del Levítico (19, 2), la santidad de Dios fundamenta el imperativo esencial del comportamiento humano: «¡Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy Santo!».
4.3 La defensa de la vida humana es una consecuencia ética de esta convicción. Todos los creyentes, y en particular las autoridades religiosas, deberían colaborar en la protección de la vida humana. Todo atentado a la vida de un ser humano es contrario a la voluntad de Dios, es una profanación del Nombre de Dios, atenta directamente contra la enseñanza de los profetas. Suprimir cualquier vida humana, incluida la propia, aunque sea en nombre de Dios, es un acto sacrílego.

Como ha subrayado repetidamente el Papa Juan Pablo II en su mensaje para la Jornada Mundial para la Paz, en el año 2002, ningún líder religioso puede justificar el terrorismo en ninguna parte del mundo. Declararse terrorista en nombre de Dios, cometer actos de violencia contra los demás en su nombre, es una profanación de la religión. La violencia terrorista, en cualquier parte del mundo, contradice la fe en Dios, creador del ser humano, que lo cuida y lo ama.

4.4 En cuanto jefes religiosos de comunidades de fieles, tenemos una responsabilidad totalmente particular en la educación de nuestras comunidades --particularmente de las generaciones más jóvenes-- en el respeto de la santidad de la vida humana. No podemos permitir ningún asesinato, en nombre de Dios que ordena: «No matarás» (Éxodo 20, 13; Deuteronomio 5, 17), evitando el abuso fanático o violento de la religión, como afirman los líderes religiosos judíos, cristianos y musulmanes en la «Declaración común de Alejandría» (enero, 2002). Todos nosotros deberíamos unir nuestras energías para edificar un mundo mejor para la vida, la fraternidad, la justicia, la paz y el amor entre todos.

4.5 Existen implicaciones culturales y educativas de nuestra colaboración en este campo. Todos los educadores deberían intensificar los esfuerzos para ofrecer programas que eduquen a los jóvenes en el respeto del altísimo valor de la vida humana. Contra la tendencia actual de violencia y de muerte en nuestras sociedades, deberíamos intensificar nuestra colaboración con los creyentes de todas las religiones y con todas las personas de buena voluntad para promover una «cultura de la vida».

5. Los valores de la familia

5.1 La institución de la familia procede de la voluntad del Omnipotente, que ha creado al ser humano a imagen de Dios, «hombre y mujer los creó» (Génesis 1, 27). El matrimonio en la perspectiva religiosa tiene un gran valor, pues Dios ha bendecido esta unión y la ha santificado.

5.2 La familia y la unidad doméstica ofrecen un ambiente de cariño y protección que alimenta a los hijos, y garantiza su educación apropiada, fieles a la propia tradición y a las propias creencias. La unidad familiar es el fundamento de toda la sociedad.

5.3 La revolución tecnológica y en los medios de comunicación ha producido sin duda positivos cambios en la sociedad. Al mismo tiempo, sin embargo, con demasiada frecuencia se ha desarrollado un influjo negativo sobre el comportamiento de la sociedad. Tanto los adultos como los jóvenes quedan expuestos a aspectos distorsionados y pervertidos de comportamientos, como la violencia y la pornografía. En cuanto líderes religiosos, nos encontramos ante el desafío de estas repercusiones destructivas.

5.4 Más que nunca, tenemos el deber de educar, tanto en las casas como en las escuelas, en los valores familiares, basándonos en nuestras ricas tradiciones religiosas. Los padres deberían dedicar mucho más tiempo a mostrar su amor a los hijos y a orientarles hacia actitudes positivas. Entre los valores familiares importantes, deberíamos subrayar el amor, el altruismo, el respeto por la vida y la responsabilidad de los hijos y de los padres, los unos a los otros (Cf. Éxodo 20, 12 y Deuteronomio 5, 16). En esta perspectiva, no podemos estar de acuerdo con «modelos alternativos» de unión de parejas y de familia.
6. Quisiéramos concluir con la Palabra de Dios: «Yo le conozco [a Abraham] y sé que mandará a sus hijos y a su descendencia que guarden el camino del Señor, practicando la justicia y el derecho, de modo que el Señor pueda concerderle a Abraham lo que le tiene apalabrado» (Génesis 18, 19)

Grottaferrata – Roma (Villa Cavalletti)
26 febbraio 2003
Rabino Shar Yishuv Cohen, presidente de la Delegación judía
Rabino Ratzon Arrusi
Rabino David Brodman Señor Oded Wiener Su Excelencia Señor Shmuel Hadas
Jorge Cardinal Mejía, presidente de la Delegación católica
Obispo Giacinto-Boulos Marcuzzo
P. Georges Cottier O.P. P. Elias Shacour
Monseñor Pier Francesco Fumagalli
P. Norbert Hofmann S.D.B.
Arzobispo Pietro Sambi

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