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Juan Pablo II - Coloquio Internacional teológico entre judíos y cristianos 5 noviembre 1986

II COLOQUIO INTERNACIONAL TEOLÓGICO  

ENTRE JUDÍOS Y CRISTIANOS

Roma 4 y 5 de noviembre 1986

 

 

“Queridos amigos: Me es grato daros la bienvenida con ocasión de vuestro II Coloquio Internacional Teológico católico-judío. En 1985 la facultad de teología de la Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino, la Liga de Anti-Difamación de B’nai B’rith, el Centro Unione y el “Servicio de Documentación Judeo-Cristiano” (SIDIC), en colaboración con la Comisión de la Santa Sede para las Relaciones Religiosas con los Judíos, abrieron este ciclo de investigaciones teológicas con motivo del XX aniversario de la Declaración Conciliar Nostra Aetate. De acuerdo con el espíritu y las perspectivas del Concilio, el tema escogido para vuestro II Coloquio, que está a punto de concluir, es: Salvación y Redención en las tradiciones teológicas judía y cristiana y en la teología contemporánea.

 

La contemplación del misterio de la redención universal inspiró al Profeta Isaías hasta decir admirado: “¿Quién ha medido el Espíritu del Señor? ¿Quién le ha sugerido su proyecto? ¿Con quién se aconsejó para entenderlo, para que le enseñara el camino exacto, para que le enseñara el saber y le sugiriese el método inteligente?” (Is 40,13-14; cf. Rm 11,34). Nosotros estamos invitados ahora a recibir con humilde docilidad el misterio del amor de Dios, Padre y Redentor, y a contemplarlo en nuestro corazón (cf. Lc 2,51) en orden a expresarlo en nuestras obras y en nuestra alabanza.

 

La reflexión teológica es parte de la propia respuesta de la inteligencia humana y así da testimonio de nuestra aceptación consciente del don de Dios. Al mismo tiempo las otras ciencias humanas, tales como la historia, la filosofía y el arte ofrecen también su contribución para una profundización orgánica de nuestra fe. Esta es la razón por la que ambas tradiciones, la judía y la cristiana, han tenido siempre un aprecio tan grande por el estudio religioso. Respetando nuestras respectivas tradiciones, el diálogo teológico basado en una estima sincera puede contribuir en gran manera al conocimiento mutuo de nuestros respectivos patrimonios de fe y puede ayudarnos a ser cada vez más conscientes de nuestros vínculos mutuos en los términos de nuestra comprensión de la salvación.

 

Vuestro Coloquio puede ayudar a evitar el malentendido del sincretismo, la confusión de las identidades de unos y otros como creyentes, la sombra y la sospecha del proselitismo. Efectivamente, estáis llevando a cabo las intenciones del Vaticano II, que ha sido también el tema del subsiguiente documento de la Comisión de la Santa Sede para las Relaciones Religiosas con los Judíos.

 

Este esfuerzo común profundizará ciertamente el compromiso común para la construcción de la justicia y de la paz entre todos los hombres, hijos del único Padre celestial. En esta común esperanza por la paz, expresamos confiadamente nuestra alabanza con las palabras del Salmo, invitando a todos los pueblos a rezar: “¡Alabad al Señor, todas las naciones! ¡Exaltadlo todos los pueblos! Porque firme es su lealtad con nosotros y la fidelidad del Señor dura por siempre. Hallelu-Yah” (Sal 117).

 

Como dije recientemente en Asís, los cristianos estamos convencidos de que en Jesucristo, en cuanto Salvador de todos, se ha de encontrar la verdadera paz, paz para los de lejos y paz para los de cerca (Ef 2,17; Is 57,19; Zac 9,10). Este don universal tiene sus orígenes en la llamada dirigida a Abraham, Isaac y Jacob y encuentra su cumplimiento en Jesucristo, que fue obediente al Padre hasta la muerte en la cruz (Mt 5,17; Flp 2,8). Mientras que la fe en Jesucristo nos distingue y nos separa de nuestros hermanos y hermanas judíos, podemos al mismo tiempo afirmar con profunda convicción “el lazo espiritual que une al pueblo de la Nueva Alianza con la estirpe de Abraham” (Nostra Aetate, 4). Por eso nosotros tenemos aquí un vínculo que, a pesar de nuestras diferencias, nos hace hermanos; este es un insondable misterio de gracia que debemos escudriñar con confianza, dando gracias a Dios que nos concede contemplar juntos este plan de salvación.

 

Gracias por toda iniciativa de promoción del diálogo entre cristianos y judíos, y especialmente por este Coloquio Teológico Internacional católico-judío; yo imploro la bendición de Dios Todopoderoso sobre todos vosotros y pido que vuestro trabajo sea fructífero para un mejor entendimiento y aumento de las relaciones entre judíos y cristianos”.

Juan Pablo II - Comisión Internacional Mixta Judaísmo-Iglesia Católica 28 octubre 1985

II COMISIÓN INTERNACIONAL MIXTA

JUDAÍSMO-IGLESIA CATÓLICA

28 de octubre 1985

 

Exactamente 20 años después de la promulgación de la Declaración Nostra Aetate por el Concilio Vaticano II, habéis elegido Roma como sede de la XII sesión del Comité Internacional de contacto entre la Iglesia Católica, representada por la Comisión de la Santa Sede para las relaciones religiosas con el Judaísmo, y el Comité Judío Internacional para las consultas interreligiosas.

 

Hace diez años, en enero 1975, os reunisteis también en Roma, para el X aniversario de la promulgación del mismo documento. La Declaración trata, en efecto, en su cuarta sección, de las relaciones entre la Iglesia Católica y la Comunidad religiosa judía. Se ha dicho repetidas veces que el contenido de esta sección, si bien no demasiado extenso ni indebidamente complicado, ha marcado una época, y que ha podido cambiar las relaciones existentes entre la Iglesia y el Pueblo Judío, inaugurando una era nueva en estas relaciones.

 

Me regocijo de afirmar aquí, veinte años después, que los frutos cosechados desde entonces, y vuestro Comité es uno de ellos, prueban la verdad básica de esta afirmación. La Iglesia Católica está siempre dispuesta, con la ayuda de la gracia de Dios, a revisar y renovar todo cuanto en sus actividades y modos de expresión resulta ser menos conforme con su propia identidad, fundada en la Palabra de Dios, en el Antiguo y Nuevo Testamento, en cuanto leídos en la Iglesia. Y esto ella lo hace, no por ninguna ventaja, ni con mira a ningún provecho, cualquiera que fuera, sino a partir de una profunda conciencia de su propio “misterio” y de una siempre renovada voluntad de traducirlo en la práctica. La Declaración afirma, con extrema precisión, que en la medida en que ella profundiza en este “misterio”, la Iglesia “recuerda el vínculo espiritual” entre ella misma y el “linaje de Abraham”

 

Es este “vínculo”, que la Declaración sigue después explicando e ilustrando, el que constituye el verdadero fundamento de nuestras relaciones con el pueblo judío. Una relación que se podría muy bien llamar un verdadero “parentesco”, y que tenemos solamente con esta comunidad religiosa, no obstante los numerosos lazos que nos unen con otras religiones de escala mundial, tan adecuadamente elaborados por la Declaración en otras secciones. Este “vínculo” puede ser calificado de “sagrado”, ya que procede de la misteriosa voluntad de Dios.

 

Nuestras relaciones a partir de esta fecha histórica, podían solamente mejorar, ser ahondadas y ramificarse en diferentes aspectos y niveles de la vida de la Iglesia Católica y la Comunidad Judía. En este contexto, la Santa Sede tomó la iniciativa ya en el lejano 1974, de crear una Comisión para las relaciones religiosas con el Judaísmo y ha publicado también, por medio de esa misma Comisión, dos Documentos más, destinados a la aplicación de la Declaración en numerosos ámbitos de la vida de la Iglesia, las “Orientaciones” de 1975 y las muy recientes “Notas para una correcta presentación de Judíos y Judaísmo en la predicación y la catequesis de la Iglesia Católica”.

 

Ambos documentos son una prueba del continuo interés y empeño de la Santa Sede en esta relación renovada entre la Iglesia Católica y el Pueblo Judío, y en extraer de ella todas las consecuencias prácticas.

 

Acerca del último documento mencionado, las “Notas” publicadas en junio pasado, estoy seguro que serán de gran ayuda de cara a liberar nuestra enseñanza religiosa y catequética de toda presentación negativa o inexacta de los Judíos y del Judaísmo, en el contexto de la fe Católica. Ayudarán también a promover el respeto, el aprecio y por acierto el amor por unos y otros, como ambos se presentan en el inescrutable designio de Dios, que “no rechaza a su pueblo” (Sal 94,14: Rm 11,1). Del mismo modo, el antisemitismo, en sus repelentes y a veces violentas manifestaciones, debería ser del todo erradicado. Mejor aún, ha de surgir ciertamente, como sucede ya en muchas partes, una visión positiva de cada una de nuestras religiones, en el debido respeto de la identidad de cada cual.

 

Para entender nuestros documentos, y especialmente la Declaración Conciliar, de manera correcta, una segura comprensión de la tradición de la teología católicas son ciertamente necesarias. Diría incluso que, para que los católicos puedan sondear los abismos del exterminio de varios millones de judíos durante la segunda guerra mundial, y las heridas que ello ha causado a la conciencia del Pueblo Judío, como las “Notas” les han pedido hacer (n.25), se requiere también reflexión teológica. Espero, por eso, ardientemente que el estudio de la teología y la reflexión consiguiente sean cada vez más parte integrante de nuestros intercambios, para beneficio mutuo, si bien, por razones comprensibles, algunos sectores de la Comunidad Judía podrían todavía mantener ciertas reservas acerca de este tipo de diálogo. Sin embargo, el conocimiento profundo y el respeto de la identidad religiosa de cada uno parece esencial para la reafirmación y el refuerzo del “vínculo” del cual hablaba el Concilio.

 

El Comité Internacional de contacto que vosotros formáis es una prueba y una manifestación práctica de este “vínculo”. Os habéis reunido doce veces desde 1974 y no obstante las normales dificultades de adaptación y hasta algunas tensiones ocasionales, habéis llegado a realizar una relación rica, múltiple y franca. Veo aquí presentes representaciones de muchas iglesias locales y de diversas comunidades judías. Una representación tan amplia reunida en Roma para la celebración del XX aniversario de Nostra Aetate resulta a la vez consoladora y promisoria. Realmente hemos adelantado mucho en nuestras relaciones.

 

A fin de continuar por la misma senda, bajo los ojos de Dios y con su bendición que todo sana, estoy cierto de que trabajaréis con dedicación cada vez mayor para alcanzar un siempre más profundo mutuo conocimiento, para interesaros todavía más en las legítimas preocupaciones de cada uno, y especialmente para colaborar en los diversos campos en que nuestra fe en un solo Dios y nuestro común respeto por su imagen, presente en cada mujer y cada hombre, requieran nuestro testimonio y nuestro compromiso.

 

Por la tarea que ha sido realizada doy gracias, junto con vosotros, al Señor nuestro Dios, y por lo que estáis llamados a hacer todavía, ofrezco mis oraciones, mientras me alegro afirmar nuevamente el empeño de la Iglesia Católica en esta relación y diálogo con la Comunidad Judía. Quiera el Señor asistir vuestra buena voluntad y vuestra entrega personal e institucional a esta importante tarea.

Juan Pablo II - Al Consejo Internacional de Judíos y Cristianos julio 1984

PALABRAS DE JUAN PABLO II

AL CONSEJO INTERNACIONAL DE JUDÍOS Y CRISTIANOS

Julio 1984

 

Queridos amigos, Señor Presidente y miembros del Comité Ejecutivo del Consejo Internacional de Cristianos y Judíos:

 

1. Le doy las gracias, Señor Presidente, por sus afectuosas palabras de saludo, en las cuales me acaba de presentar los propósitos, trabajos y competencias del Consejo Internacional de Cristianos y Judíos. Y doy también las gracias a ustedes, miembros del Comité Ejecutivo, por su cortesía al visitar al Papa con ocasión de su Coloquio Internacional, que tendrá lugar en Vallambrosa la próxima semana. Bienvenidos a esta casa, donde las actividades de quienes promueven el diálogo entre cristianos y judíos y están personalmente comprometidos en él, son seguidas de cerca y apoyadas calurosamente. Verdaderamente, es sólo por medio de un tal encuentro de mentes y corazones, extendido fuera de nuestras respectivas comunidades de fe, y también quizá a otras comunidades de fe, como ustedes intentan hacer con el Islam, como tanto judíos como cristianos pueden aprovechar su “gran patrimonio común espiritual” (cf. Nostra Aetate, 4) y hacerlo fructífero para su propio bien y para el bien del mundo.

 

2. Si, un “gran patrimonio común espiritual” que sería, en primer lugar, traído al conocimiento de todos los cristianos y judíos y que abarca no solamente tal o cual aislado elemento, sino una sólida, fructífera, rica herencia religiosa común: en monoteísmo; en fe en un Dios que como un padre amoroso cuida del genero humano y escogió a Abraham y a los profetas y envió a Jesús al mundo; en un común patrón litúrgico básico y en una conciencia de nuestro compromiso, fundado en la fe, hacia todos los hombres y mujeres necesitados, que son nuestros “prójimos” (Cf. Lv 19,18 a; Mc 12,31 y paralelos).

 

A causa de estar tan comprometidos en la educación religiosa de ambas partes, las imágenes que cada uno de nosotros se forma del otro deberían estar realmente libres de estereotipos y prejuicios, deberían respetar la identidad del otro y deberían, de hecho, preparar a la gente para los encuentros de mentes y corazones recién mencionados. La adecuada enseñanza de la historia es también una tarea de ustedes. Tal tarea es muy comprensible dada la triste y enredada historia común de judíos y cristianos (historia que no es siempre enseñada o transmitida correctamente).

 

3. Existe de nuevo el peligro de una siempre activa y a veces incluso renovada tendencia a hacer discriminación entre personas y grupos humanos, supervalorando unos y despreciando otros. Tendencia que no duda en ocasiones en usar métodos violentos.

 

Detectar y denunciar tales hechos y permanecer juntos contra ellos es una doble acción y una prueba de nuestro mutuo compromiso fraternal. Pero es necesario ir hasta las raíces de tal mal, por medio de la educación, especialmente educación para el diálogo. Esto, sin embargo, no sería suficiente si no fuese conectado con un profundo cambio en nuestro corazón, una verdadera conversión espiritual. Esto significa también un constante reafirmar los valores religiosos comunes y trabajar en orden a un personal compromiso religioso de amor a Dios, nuestro Padre, y de amor a todos los hombres y mujeres ( cf Dt 6,5; Lv 19,18; Mc 12,28-34). La regla de oro, estamos bien enterados, es común a judíos y cristianos igualmente.

 

En este contexto debe verse su importante trabajo con la juventud. Posibilitando reunirse a jóvenes cristianos y judíos, y capacitándoles a vivir, charlar, cantar y rezar juntos, ustedes contribuyen grandemente a la creación de una nueva generación de hombres y mujeres, mutuamente comprometidos por cualquier otro y por todos, preparados a servir a quienes lo necesitan, sea cual sea su profesión religiosa, origen étnico o color.

 

La paz del mundo se construye en esta modesta, aparentemente insignificante manera. Y estamos todos comprometidos por la paz en todas partes, entre las naciones y dentro de ellas, en particular en el Oriente Medio.

 

4. El común estudio de nuestras fuentes religiosas es de nuevo uno de los puntos de su agenda. Les animo a una buena aplicación de la importante recomendación hecha por el Concilio Vaticano Segundo en su declaración Nostra Aetate, n.4, sobre “estudios bíblicos y teológicos” que son fuente de “mutuo conocimiento y aprecio”. De hecho tales estudios realizados en común, y totalmente diferentes de las antiguas “controversias”, favorecen el verdadero conocimiento de cada religión, y también el alegre descubrimiento del “común patrimonio” del que hablaba al comienzo, siempre en una cuidadosa observancia de la dignidad del otro.

 

Que el Señor bendiga todos sus esfuerzos y les recompense con la bienaventuranza que Jesús proclamó en la tradición del Antiguo Testamento, para aquellos que trabajan por la paz (cf Mt 5,9; Sal 37 (36), 37).

Juan Pablo II - Alocución "Vísperas Europeas" 10 septiembre 1983

ALOCUCIÓN DE JUAN PABLO II

DURANTE LAS “VÍSPERAS EUROPEAS”

Viena, 10 de septiembre 1983

 

... Si es cierto que podemos gloriarnos justamente en Nuestro Señor Jesucristo y en su mensaje, también lo es que debemos reconocer y pedir perdón porque nosotros, los cristianos, hemos cargado culpas sobre nosotros -de pensamiento, palabra y obra- y por nuestra actitud pasiva frente a la injusticia...

 

La comunidad judía, ligada en otra época de forma tan fecunda con los pueblos de Europa y ahora tan trágicamente diezmada, nos exhorta, precisamente por ello, a aprovechar cualquier circunstancia para acercarnos unos a otros humana y espiritualmente y comparecer unidos ante Dios y desde El servir a los hombres.

Juan Pablo II - Orientaciones a Delegados Conferencias Episcopales 11 abril 1982

ORIENTACIONES DEL SANTO PADRE A LOS DELEGADOS  

DE LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES Y EXPERTOS

Roma, 11 de abril 1982

 

Queridos hermanos en el Episcopado y en el sacerdocio, hermanas, señoras y señores:

 

Venidos de diferentes partes del mundo, os habéis reunido en Roma para examinar la importante cuestión de las relaciones entre la Iglesia Católica y el Judaísmo. Y dicha importancia es además subrayada por la presencia entre vosotros de representantes de las Iglesias Ortodoxas, de la Comunión Anglicana, de la Federación Luterana Mundial y del Consejo Ecuménico de las Iglesias, a quienes me complazco en saludar especialmente, agradeciéndoles su colaboración.

 

También a vosotros, obispos, sacerdotes, religiosas, laicos cristianos, quiero expresar igualmente mi gratitud. Vuestra presencia aquí, así como vuestro empeño en las actividades pastorales, o en el campo de la investigación bíblica y teológica, muestra a las claras hasta qué punto las relaciones entre la Iglesia Católica y el Judaísmo tocan aspectos diversos de la vida y tarea de la Iglesia.

 

Caminar en la línea del Concilio Vaticano II

 

Y es fácil comprenderlo. En efecto, el Concilio Vaticano II ha dicho, en su Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas (Nostra aetate, 4): Al investigar el misterio de la Iglesia, este sagrado Concilio recuerda el vínculo que une espiritualmente al pueblo del Nuevo Testamento con la estirpe de Abraham. Yo mismo he tenido ocasión de decirlo más de una vez: Nuestras dos comunidades religiosas “están vinculadas al nivel mismo de su propia identidad” (cf. Discurso a los representantes de Organizaciones y comunidades judías, 12 de marzo de 1979). Efectivamente, como dice el mismo texto de la Declaración Nostra Aetate (n.4): La Iglesia de Cristo reconoce que las primicias de su fe y de su elección se encuentran ya en los Patriarcas, Moisés y en los Profetas, conforme al misterio salvífico de Dios... Por lo cual la Iglesia no puede olvidar que ha recibido la revelación del Antiguo Testamento por medio de aquel pueblo... Ella tiene siempre ante sus ojos las palabras del Apóstol Pablo sobre sus hermanos de sangre, “a quienes pertenecen la adopción y la gloria; las alianzas, la Ley, el culto y las promesas, y también los Patriarcas, y de quienes procede Cristo según la carne” (Rm 9,4-5), Hijo de la Virgen María.

 

Esto equivale a decir que los vínculos entre la Iglesia y el pueblo judío se fundan sobre el designio del Dios de la Alianza y, en cuanto tales, necesariamente han dejado huellas en algunos aspectos de las instituciones de la Iglesia, especialmente en su liturgia.

 

Sin duda, después de la aparición, hace dos mil años, de un nuevo retoño en el tronco común, las relaciones entre nuestras dos comunidades han estado marcadas por las incomprensiones y resentimientos que sabemos. Y si ha habido, desde el día de la separación, malentendidos, errores e incluso ofensas, se trata de superar todo esto en la comprensión, la paz y la mutua estima. Las terribles persecuciones padecidas por los judíos en diversos períodos de la historia han abierto por fin muchos ojos y sacudido muchos corazones. Los cristianos están en el buen camino, el de la justicia y la fraternidad, al procurar con respeto y perseverancia encontrarse de nuevo con sus hermanos semitas en torno a la común herencia, tan preciosa para todos. ¿Es necesario precisar, especialmente para aquellos que siguen siendo escépticos, cuando no hostiles, que este acercamiento no se confunde de ningún modo con un cierto relativismo religioso y, menos todavía con una pérdida de la propia identidad? Los cristianos, por su parte, profesan su fe, sin ningún equívoco, en el carácter universalmente salvífico de la muerte y resurrección de Jesucristo.

 

Una catequesis objetiva sobre los Judíos y el Judaísmo

 

Sí, la claridad y la fidelidad a nuestra identidad cristiana constituyen una base esencial si nos disponemos a entablar relaciones auténticas, fecundas y durables con el pueblo judío. En este sentido, me alegro de saber que multiplicáis los esfuerzos, en el estudio y la oración común, a fin de percibir y formular mejor los problemas bíblicos y teológicos, a veces difíciles, suscitados por el progreso del diálogo entre judíos y cristianos. En este terreno, la imprecisión y la mediocridad causarían enorme daño al diálogo. Que Dios conceda a cristianos y judíos encontrarse todavía más, comunicarse en profundidad y a partir de la propia identidad, sin jamás oscurecerla de un lado ni del otro, sino buscando muy de veras la voluntad de Dios que se ha revelado.

 

Las relaciones así concebidas son las que pueden y deben contribuir a enriquecer el conocimiento de nuestras propias raíces y a mejor ilustrar ciertos aspectos de la misma identidad de la cual hablamos. Nuestro patrimonio espiritual común es considerable. Hacer el inventario de este patrimonio en sí mismo, pero también teniendo en cuenta la fe y la vida religiosa del pueblo judío tal como éste la profesa y practica hoy, puede ayudar a entender mejor determinados aspectos de la vida de la Iglesia. Es el caso de la liturgia, cuyas raíces judías deben todavía ser profundizadas y sobre todo mejor conocidas y apreciadas por nuestros fieles. Lo mismo vale del ámbito de la historia de nuestras instituciones las cuales, desde los comienzos de la Iglesia, han sido inspirados por algunos aspectos de la organización comunitaria propia a la sinagoga. Finalmente, nuestro patrimonio común es sobre todo importante en el plano de nuestra fe en un Dios único, bueno y misericordioso, que ama a los hombres y se hace amar por ellos (cf. Sab 11,24-26), Señor de la historia y del destino de los hombres, que es nuestro Padre y que ha elegido a Israel el buen olivo en que se han injertado las ramas del olivo silvestre que son los gentiles (Nostra Aetate, 4; cf. también Rm 11, 17-24).

 

Esto es la razón por la cual habéis estado preocupados, durante vuestra reunión por la enseñanza Católica y la catequesis en su relación a los judíos y al Judaísmo. En este punto, como también en otros, habéis estado guiados y animados por las Orientaciones y Sugerencias para la aplicación de la Declaración Conciliar Nostra Aetate (n.4), publicadas por la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo (cf. cap. III). Se debería llegar a que esta enseñanza, en los diversos niveles de formación religiosa, y en la catequesis impartida a niños y adolescentes, presentara a los judíos y al Judaísmo, no sólo de manera honrada y objetiva, sin ningún prejuicio y sin ofender a nadie, sino mejor todavía con una conciencia viva de la herencia que hemos descrito a grandes rasgos.

 

Es, finalmente, ésta la base sobre la que se podrá establecer, como felizmente se hace ya visible, una estrecha colaboración a la cual nos empuja nuestra común herencia, a saber, el servicio del hombre y de sus inmensas necesidades espirituales y materiales. Por caminos diversos, pero en fin de cuentas convergentes, podremos llegar, con la ayuda del Señor que no ha dejado nunca de amar a su pueblo (cf. Rm 11,1), a esa verdadera fraternidad en la reconciliación y el respeto, y a la plena realización del designio de Dios en la historia.

 

Quisiera gozosamente animaros, queridos hermanos y hermanas en Cristo, a continuar por el camino emprendido, haciendo gala de discernimiento y de confianza, y al mismo tiempo, de una gran fidelidad al Magisterio. De este modo realizaréis un auténtico servicio de Iglesia, que brota de su misteriosa vocación y debe contribuir al bien de la Iglesia misma, del pueblo judío y de la humanidad entera.

Juan Pablo II - Pésame por atentantado Sinagoga de Viena 29 agosto 1980

PÉSAME DEL PAPA POR LAS VÍCTIMAS DEL ATENTADO  

A UNA SINAGOGA DE VIENA

29 de agosto 1980

 

En cuanto se tuvo noticia del vil atentado perpetrado el 29 de agosto en la sinagoga de Viena, el Secretario de Estado cardenal Agostino Casaroli, envió en nombre del Santo Padre al cardenal Franz Koenig, arzobispo de la capital austriaca, el siguiente mensaje:

 

Ruego a Vuestra Eminencia transmita en nombre del Santo Padre su sincero pésame a las familias de las víctimas que han perdido la vida en el atentado a la sinagoga. Su Santidad comparte en la oración el dolor y sufrimientos de los heridos, y condena enérgicamente este nuevo acto sangriento inútil que hiere a la comunidad judía de Austria y del mundo entero.

Juan Pablo II - Discurso Organizaciones Judías Mundiales 12 marzo 1979

Discurso del Papa Juan Pablo II a los Presidentes y Delegados

de las Organizaciones Judías Mundiales

 

12 de marzo de 1979

 

Queridos amigos:

 

Les saludo con gran alegría, presidentes y representantes de las Organizaciones Judías mundiales, y como tales integrantes, con los representantes de la Iglesia Católica, del Comité Internacional de contacto. Quiero también saludar a los otros representantes de diversas Comunidades judías nacionales, presentes aquí con ustedes.

 

Hace cuatro años, mi predecesor Pablo VI recibió en audiencia a este mismo Comité Internacional y les dijo cómo se regocijaba de que hubieran decidido reunirse en Roma, la ciudad que es el centro de la Iglesia Católica (cf. discurso del 10 de enero 1975).

 

Ahora, ustedes también han decidido reunirse en Roma, para encontrarse con los miembros de la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo, y de esta manera renovar y dar un nuevo impulso al diálogo que, durante los últimos años, se ha llevado a cabo con los representantes autorizados de la Iglesia Católica. Este es así, por cierto, un momento importante en la historia de nuestras relaciones, y yo me alegro de tener ocasión de decir una palabra sobre este tema.

 

Diálogo fraterno y colaboración fecunda

 

Como ha dicho el representante de ustedes, ha sido el segundo Concilio Vaticano quien, con su Declaración Nostra Aetate (núm 4), ha brindado el punto de partida para esta nueva y promisoria fase en las relaciones entre la Iglesia Católica y la Comunidad religiosa judía. En efecto, el Concilio ha dicho muy claramente que “al investigar el misterio de la Iglesia” recordaba “el vínculo con que el pueblo del Nuevo Testamento está espiritualmente unido con la raza de Abraham” (Nostra Aetate, 4). De esta manera, el Concilio entiende que nuestras dos Comunidades religiosas están vinculadas y relacionadas de cerca en el nivel mismo de sus respectivas identidades religiosas. Porque “los comienzos de su fe y de su elección (de la Iglesia) se encuentran ya en los Patriarcas, en Moisés y en los Profetas”, y por consiguiente “no puede olvidar que ha recibido la revelación del Antiguo Testamento por medio de aquel pueblo con quien Dios, por su inefable misericordia, se dignó establecer la Antigua Alianza” (ib). Sobre esta base reconocemos, con inequívoca claridad, que el camino por el cual debemos avanzar con la Comunicad religiosa judía es el del diálogo fraterno y la colaboración fecunda.

 

Conforme a este solemne mandato, la Santa Sede ha procurado proveer de los instrumentos para este diálogo y colaboración, y quiere fomentar su realización, tanto aquí en el centro, como también en el resto de la Iglesia. Por eso, la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo fue creada en 1974. al mismo tiempo, el diálogo comenzó a desarrollarse a diferentes niveles en las Iglesias locales esparcidas por el mundo, y con la misma Santa Sede. Quiero reconocer aquí la amistosa respuesta y la buena voluntad, e incluso la cordial iniciativa, que la Iglesia ha encontrado y sigue encontrando en las Organizaciones de ustedes y en otros amplios sectores de la Comunidad judía.

 

 

Orientaciones conciliares

 

Es mi convicción que ambas partes deben continuar sus vigorosos esfuerzos para superar las dificultades del pasado, con el fin de llevar a la práctica el mandamiento divino del amor, y realizar un diálogo verdaderamente fecundo y fraterno, que contribuya al bien de cada uno de los interlocutores y al mejor servicio de la humanidad. Las “Orientaciones” que han mencionado, cuyo valor quiero subrayar y reafirmar, señalan algunos medios y vías para obtener estos fines. Ustedes han querido justamente subrayar un punto de particular importancia: “Los cristianos procuren entender mejor los elementos fundamentales de la tradición religiosa hebrea y captar los rasgos esenciales con que los judíos se definen a sí mismos a la luz de su propia realidad religiosa”(Orientaciones, Prólogo). Otra reflexión importante es la siguiente: “En virtud de la misión divina, la Iglesia tiene por su naturaleza el deber de proclamar a Jesucristo en el mundo (Ad gentes 2). Para evitar que este testimonio de Jesucristo pueda parecer a los judíos una agresión, los católicos procurarán vivir y proclamar su fe respetando escrupulosamente la libertad religiosa tal como la han enseñado el Concilio Vaticano II (Dignitatis humanae). Deberán esforzarse, asimismo, por comprender las dificultades que el alma hebrea experimenta ante el misterio del Verbo Encarnado, dada la noción tan alta y pura que ella tiene de la trascendencia divina” (Orientaciones, I)

 

 

“Shalom, Shalom”

 

Estas recomendaciones se refieren, sin duda, a los fieles católicos, pero considero que no es superfluo repetirlas aquí. Nos ayudan a tener una noción clara del Judaísmo y Cristianismo y de sus relaciones mutuas. Creo que ustedes están aquí para ayudarnos en nuestra reflexión sobre el Judaísmo. Y estoy cierto de que encontramos en ustedes y en las comunidades que ustedes representan, una real y profunda disposición para entender el Cristianismo y la Iglesia Católica en su propia identidad hoy, de manera que podamos trabajar desde ambas partes hacia nuestra común meta de superar toda clase de prejuicios y discriminación. En este contexto es provechoso referirse una vez más a la Declaración conciliar Nostra Aetate y repetir lo que las Orientaciones dicen acerca del repudio de “todas las formas de antisemitismo y discriminación”, “como contrarias al espíritu mismo del Cristianismo”, pero “que de por sí, la dignidad de la persona humana basta para condenar” (Orientaciones, Prólogo). La Iglesia Católica repudia, por consiguiente, claramente, tales violaciones de los derechos humanos dondequiera puedan ocurrir en el mundo. Más aún, me regocija evocar ante ustedes hoy el trabajo eficaz y dedicado de mi predecesor Pío XII en pro del pueblo judío. Y de mi parte continuaré, con la ayuda divina, durante mi ministerio pastoral en Roma -como traté de hacerlo en la sede de Cracovia-, asistiendo a todos los que sufren o son oprimidos de cualquier manera que sea.

 

En seguimiento particularmente de las huellas de Pablo VI, quiero fomentar el diálogo espiritual y hacer todo lo que esté en mi poder por la paz de aquel país que es santo para ustedes, como lo es para nosotros, con la esperanza de que la ciudad de Jerusalén gozará de eficaz garantía como un centro de armonía para los seguidores de las tres grandes religiones monoteístas: Judaísmo, Islam y Cristianismo, para quienes la ciudad es un respetado lugar de devoción.

 

Estoy seguro de que el hecho mismo de este encuentro de hoy, que ustedes tan amablemente han pedido tener, es en sí mismo una expresión de diálogo y un nuevo paso hacia ese más pleno entendimiento mutuo que estamos llamados a conseguir. Al buscar esta meta estamos todos convencidos de ser fieles y obedientes a la voluntad de Dios, el Dios de los Patriarcas y Profetas. A Dios, entonces, querría volverme al final de estas reflexiones. Todos nosotros, judíos y cristianos, oramos frecuentemente a El con las mismas oraciones, tomadas del Libro que ambos consideramos ser la Palabra de Dios. A El pertenece brindar a ambas comunidades religiosas, tan cercanas la una de la otra, aquella reconciliación y amor eficaz que son al mismo tiempo su precepto y su don (cf. Lev 19,18; Mc 12,30). En este sentido, creo que cada vez que los judíos recitan el Shema Israel y cada vez que los cristianos recuerdan los grandes mandamientos primero y segundo, somos, por la gracia de Dios, traídos a una mayor cercanía.

 

Como signo del entendimiento y amor fraterno ya alcanzados, quisiera darles de nuevo mi bienvenida cordial y mis saludos a todos ustedes con aquella palabra tan llena de sentido, tomada de la lengua hebrea, que los cristianos usamos también en nuestra liturgia: la paz esté con vosotros, Shalom, Shalom.

Juan Pablo II - Discurso a los Rabinos Jefes de Israel 16 enero 2004

DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

a JONA METZGHER Y SLOMO AMAR, Rabinos Jefes de Israel

y a Oded Wiener, Director General del Consejo de Rabinos

Vaticano, 16 de enero de 2004

 

A lo largo de mis veinticinco años de pontificado me he esforzado por promover el diálogo entre católicos y judíos y fomentar aún más la comprensión, el respeto y la cooperación entre nosotros. Uno de los hitos de mi pontificado será siempre mi peregrinación jubilar a Tierra Santa, que comprendio momentos intensos de recuerdo, reflexión y oración en el Memorial del Holocausto, Yad Vashem y el Muro de las Lametaciones.

El diálogo oficial establecido entre la Iglesia Católica y el Consejo Superior de Rabinos de Israel, es un signo de gran esperanza. No debemos ahorrar esfuerzos a la hora de trabajar juntos para construir un mundo de justicia, paz y reconciliación para todos los pueblos. ¡Que la Divina Providencia bendiga nuestra tarea y la corone con éxito!

 

Juan Pablo II - Discurso al Rabino Jefe de Roma 13 febrero 2003

DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II AL

RABINO JEFE DE ROMA DR. RICARDO DI SEGNI

Vaticano, 13 de febrero de 2003

¡Estimado rabino jefe de Roma y queridos hermanos en la fe de Abraham!

1. Celebro encontrarle, estimado doctor Riccardo Di Segni, tras su elección como rabino jefe de Roma, y le saludo cordialmente junto a los representantes que le acompañan. Renuevo mi felicitación por el importante cargo que le ha sido confiado a la vez que me es grato, en esta significativa circunstancia, recordar con profunda estima a su ilustre predecesor, el profesor Elio Toaff.

La visita de hoy me permite subrayar el vivo deseo que alimenta la Iglesia católica de hacer más profundos los vínculos de amistad y de recíproca colaboración con la Comunidad judía. Aquí, en Roma, la Sinagoga, símbolo de la fe de los Hijos de Abraham, está muy cerca de la Basílica de San Pedro, centro de la Iglesia, y estoy agradecido a Dios porque me concedió, el 13 de abril de 1986, recorrer el breve trecho que separa estos dos templos. Aquella histórica e inolvidable visita constituyó un don del Omnipotente y representa una etapa importante en el camino del entendimiento entre los judíos y los católicos. Deseo que la memoria de aquel evento continúe ejerciendo una influencia beneficiosa, y que el camino de recíproca confianza hasta ahora recorrido incremente las relaciones entre la Comunidad católica y la Comunidad judía de Roma, que es la más antigua de Europa occidental.

2. Es necesario reconocer que en el pasado nuestras dos Comunidades han vivido codo a codo, escribiendo a veces «una historia atormentada», no exenta en algunos casos de hostilidades y desconfianzas. El documento Nostra Aetate del Concilio Vaticano II, la gradual aplicación del escrito conciliar, los gestos de amistad realizados por los unos y los otros, han contribuido sin embargo en estos años a orientar nuestras relaciones hacia una comprensión recíproca cada vez mayor. Deseo que este esfuerzo prosiga, caracterizado por iniciativas de provechosa colaboración en el terreno social, cultural y tecnológico, y que crezca la conciencia de los vínculos espirituales que nos unen.

3. Estos días resuenan en el mundo peligrosos clamores de guerra. Nosotros, judíos y católicos, advertimos la urgente misión de implorar de Dios Creador y Eterno la paz, y de ser nosotros mismos agentes de paz.

¡Shalom! Esta bella expresión, muy querida entre vosotros, significa salvación, felicidad, armonía, y subraya que la paz es don de Dios; don frágil, puesto en manos de los hombres, y que hay que proteger gracias también al empeño de nuestras Comunidades.

Que Dios nos haga constructores de paz, en la conciencia de que cuando el hombre trabaja por la paz, es capaz de mejorar el mundo.

¡Shalom! Este es mi cordial deseo para usted y para toda la Comunidad judía de Roma. Que Dios, en su bondad, nos proteja y bendiga a cada uno. Que bendiga en especial a todos los que trazan un camino de amistad y de paz entre los hombres de toda raza y cultura.

Juan Pablo II - Encuentro Rabino Lau 1993

ENCUENTRO DEL PAPA Y EL RABINO LAU

Octubre 1993

...”Superadas tantas y graves incomprensiones históricas, veo más cercano el momento de mi visita a Tierra Santa. Es profundo mi deseo de que los responsables de los creyentes, de los peregrinos a la Ciudad Santa de Jerusalén, puedan invocar contemporáneamente al Dios de la misericordia pidiendo el don de la paz, de la comprensión y de la colaboración entre todos los creyentes de aquella región y del mundo... Espero que la Providencia me conceda un día poder peregrinar de nuevo a Tierra Santa”.

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